sábado. 20.04.2024

Antaño se fichaba jugadores de fútbol en Cartagena con más rapidez. A finales de los años 50 había menos sofisticación que hoy. Funcionaban a lo sumo cuatro o cinco “patrones de pesca”, intermediarios o corredores que proporcionaban ‘mercancía’. Gregorio Cebrián, de Murcia, suegro del futbolista del Hospitalet, Real Madrid y del Murcia, Fernando Rovira (siempre puro habano en boca), se dedicaba a ofertar los ocho o diez jugadores que tenía casi siempre en carpeta de una campaña para otra. Y estaba Mariano Oyonarte , de Almería, y un señor de Alcantarilla de cuyo nombre lamento no tener en la memoria.

En 1959, 1960 era un lujo entrar en contacto con Luis Guijarro, de los mejores intermediarios con oficina en Madrid. Trabajaba con equipos de Primera y Segunda, y excepcionalmente con algunos de Tercera y por recomendación. Comisión del 10% del importe de la ficha y cobrada por adelantado. En tercera división, en un grupo X con rivales como el Imperial de Murcia, Hellín, Orihuela, Callosa, Thader de Rojales, Almoradí, Novelda y el Elche, entre otros, la UD Cartagenera presidida por el doctor Ángel Abengoechea Larraz, un aragonés convertido en cartagenero, médico traumatólogo de empresa y de la Cruz Roja, institución de la que fue presidente, llegó a contratar en dos días dieciocho futbolistas a pocas fechas de comenzar la liga. Digo bien.

Otro hombre de Aragón, el entrenador Antonio Molinos Buisán, que no había jugado jamás al fútbol pero era bastante científico en materia del balón con buena oratoria, léase rollo –ascendió a Segunda al San Fernando, antes de llegar a Cartagena y enterarse cómo se fichaban jugadores de siete en siete o de ocho en ocho. Había prisas. Naturalmente. Los eternos problemas económicos eran plato del día en aquellos tiempos de El Almarjal, recinto aislado, rodeado de matujas en zona no urbanizada por la que pasaba el 'rio de la sosa', un canalillo de residuos químicos peligrosos   de la fábrica que más contaminaba. Hoy la ciudad en este aspecto es un  paraíso.

Y llegaron jugadores como Julio Gil, Olivares, Tomás, Torollo, Otaola, García Domínguez, para firmar en un mismo día...

Recuerdo que de una sola tacada firmaron la ficha cartagenerista el portero cordobés Luis Torollo, que había jugado en Segunda con el Puente Genil; Julio Gil, el central zaragozano que reside en Cartagena y que había jugado en el Lérida; un defensa lateral valenciano llamado Tomás; el medio volante Pepe Olivares, de Bilbao (Indauchu), cosa fina con el balón, un zurdo excepcional, internacional “si se hubiera cuidado”, con menos vueltas de inspección por el Molinete; Otaola, otro vasco de buena pierna izquierda; Lexo, un flacucho volante coruñés, y un extremo (dorsal 11) llamado Paco García Domínguez, andaluz, que regateaba a su sombra y al retirarse del fútbol montó un puesto de venta de pescado en Algeciras.

En aquellos tiempos el no tenía abonados de temporada, sino socios que pagaban un recibo mensual (en fondo sur, sobe 30 pesetas). Cuando las cosas iban torcidas, si el equipo no funcionaba los seguidores más drásticos rompían el carnet y amenazaban con no ir más al Almarjal. Luego no cumplían esa promesa,claro.

A todos los peloteros que llegaban de fuera, se les recomendaba desde el propio club ir a comer casero, bien y barato en el Bar Los Juanes, en la plaza del Rey, a Casa Antonio, en la calle Villamartín, donde podían despachar las raciones de patatas, cortadas a tacos, fritas al aceite con ajo y luego rociadas con vinagre.

Antaño había prisas y la Cartagenera fichaba hasta 9 jugadores en un día
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