jueves. 28.03.2024

La Farola del Lago: "Doblando el Picoesquina"

Me dirigía desde “el lago” a la UPCT, y al doblar el picoesquina “pa” la calle del Ángel, me apoyé en la pared del Bar Ideal, y miré “mi” calle. La vi tan vacía de vida que, rápidamente empezaron a pasar por mi mente otros tiempos.

Estuve un gran rato meditando tranquilamente, (apenas pasaba nadie) miraba hacia el final de la calle y acudían en tropel todos los recuerdos, y todos los moradores de la década de los sesenta (total “na”) y los veía nítidamente. Era una calle llena de “tipismo” de “cartagenerismo” y la veo ahora, y no me dice nada. ¡No queda nada! que recuerde lo que era aquella calle. Veía a los Pérez Guillen, Los Pulido, (Alfonso y Luis), al fenomenal futbolista Nito, los Contreras, (Antonio y Pepe), al gran embrión de torero Elías Lanzón, pero… sobre todos, a Miguel el “nano,” que junto al “Doctor” Mijares, eran los reyes de la calle y del lago.

Recuerdo que, después de cada noche de tertulia, a una orden del ”nano”, salíamos “tos” “disparaos” “pa” la calle del Ángel, cantando la marcha de los “jabaos,” (sepan ustedes que, en Cartagenero puro y duro, “jabao” significa no tener un duro) cada uno “pa” su casa. Me voy a hinchar a poner comillas, pero es que es tal la “morriña” que “ma” “entrao” que quiero escribir tal como me sale. Voy a hacer un poco de historia (como sabéis, siempre digo que sin historia no hay presente).

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Recuerdo el bullicio de esa calle, veo a los “soldaos” “pipis” del Regimiento Infantería Sevilla nº 40, bajar en desbandada, pasando, por la tienda de Antolín a comprar naranjas, y por el puesto del maestro Nono a comprar brevas o higos, para llegar hasta “El Lago,” en busca del viejo fotógrafo Amador, que les esperaba con su cámara (era de trípode) a cuestas, y su caballo de cartón, para que inmortalizaran su estancia en la ”mili” y le mandaran la foto a sus novias y padres.

La Calle del Ángel, era cada siete días, subida obligada “pa” presenciar los eventos que se celebraban en la plaza de toros, y por supuesto, los domingos por la mañana “pa” vernos jugar al futbol en la “Repla” a los chavales de la época. Pero hay un evento que quiero destacar, la lucha libre Americana (el Catch). Había verdadera pasión en Cartagena por este deporte. Todas las semanas subían por la calle del Ángel seis o siete mil personas para presenciar los combates.

Recuerdo a los hermanos Pizarro, el Inca Peruano, Kid Zamboa, Tarrés (cabeza de hierro) Victorio Ochoa y nuestro Campeón del Mundo, el Cartagenero Modesto Aledo, por el que sentíamos pasión. Era fantástico ver su elasticidad y su agilidad, ¡buenos batacazos que nos dábamos contra el suelo, nosotros los chavales, intentando imitar al inimitable Aledo!. Pero había un luchador que merece un capítulo aparte. Ochando, el gran Ochando, ese sí que era un espectáculo. Voy a tratar de describirles a ustedes lo que hacía para atraer al público. Anunciaban por los altavoces, cuarto combate, a nuestra derecha OOOOchandoo, a nuestra Izquierda Ninooo Pizaaarroooo, la gente se enfervorecía solo de oír el nombre de Ochando, era el enemigo público número uno, todo el mundo le odiaba, pero…todos queríamos verle.

Inmediatamente, el árbitro llamaba a los luchadores al centro del Ring, para darles las consabidas reglas, no vale meter los dedos en los ojos, ni dar patadas en los hu…os, ni tirarse de los pelos, etc. Ochando a todo decía, por Dios, yo soy incapaz de hacer eso. Se iban los luchadores a su rincón, y en cuanto sonaba el gong, el luchador contrario le tendía caballerosamente la mano a Ochando, y este le respondía con una “patá” en los “lereles,” y lo arrastraba agarrándole de los pelos por “to” el Ring. Naturalmente el público se enardecía, y empezaban a insultarle, le decían de “to,” desde Cochiiiino, marraaaano, me caaago en tu pa… Cab… y Ochando se volvía al público, echándole besos y abrazos.

El “clímax” de Ochando, se alcanzó en una velada en la que (previamente de acuerdo con su “segundo,” que era mi vecino Paco Avilés) con el público totalmente excitado por sus marrullerías, agarró la banqueta, y haciéndose el “cabreao,” le dio con ella en la cabeza a Avilés, este, que ya estaba “preparao,” se estampó una ampolla de mercromina en la cabeza, de forma tal, que empezó a “sangrar” ante el pavor de los espectadores, y el pobre (que sacaba un duro de donde podía), que había “cobrao” 100 pesetas extras por hacer el número, llegó a su casa más contento que unas pascuas, dándoselas a su mujer (María, mi vecina).

Yo estaba delante, y por ello puedo dar fe. El público después de la velada, bajaba por la calle del Ángel maldiciendo a Ochando, pero deseando volver al siguiente sábado para verle de nuevo. Después de pensar en todo esto, y con lágrimas en mi mente, seguí subiendo la calle, mirando a un lado y a otro, recordando viejos edificios, y viejos amigos, al llegar arriba, volví a la realidad, la “Repla” (la explanada de la plaza de toros) estaba llena de coches. Ya no había “soldaos,” ni “críos” desfilando delante de ellos, aprendiendo a hacer la instrucción. La plaza de toros, mi vieja plaza, es un esqueleto, triste y sin vida.

No puedo saber si lo de ahora es mejor ni peor. La única verdad, es que yo tengo la suerte de poder recordarlo, y escribirlo, y ustedes (los que quieran) leerlo. Muchísimas gracias como siempre, a mis lectores.

P.D. Este articulo voy a dedicárselo a Antonia Solano Solano. Antonia, es una mujer admirable, llena de vigor y de ilusión, que junto a su esposo, Antonio Martínez, y sus hijos, (sobre todo Juan Antonio) y poniendo “Los Cinco Sentidos” ha engrandecido su negocio, el Restaurante “Sacromonte” en Cartagena, hasta convertirlo en referencia de la restauración, a todos los niveles.

La Farola del Lago: "Doblando el Picoesquina"
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