martes. 23.04.2024
Mi participación en la San Silvestre fue fruto de un calentón, como suele pasar con las grandes gestas (reconozco que correr esta prueba no supone gran esfuerzo, pero para mi era mi primera vez). Hace 15 días decidí inscribirme junto con mi amigo Iván para terminar el año experimentando personalmente qué ocurre para que tanta gente estuviera enganchada a esto de las carreras populares.

Bien es cierto que la última carrera del año es ideal para ser la primera vez: se recorre una distancia asumible y en un ambiente no demasiado competitivo. Predomina el compadreo y la fiesta, como bien pude comprobar posteriormente. Durante los entrenamientos ya me di cuenta de que precisamente en cabeza no iba a estar, y me fui mentalizando para sufrir al fondo del pelotón. Normal teniendo en cuenta el tan alto nivel de deportistas que se congregarían.

Ya en el día de la carrera, me sorprendió el ambiente que le da este tipo de eventos a todo el centro histórico desde primera hora de la tarde. Eso sí, desde que llegué a la plaza del Ayuntamiento hasta que comenzamos a correr pasó un tiempo que se me hizo eterno. Estaba deseando empezar para soltar ese gusanillo previo que se me metió. Poco a poco llegó la hora y se dio la salida a la prueba. Por fin arrancábamos.

Los primeros metros son de espera, pero sirven para calentar, sobre todo cuando vas en medio del pelotón. Había poco espacio y muchos corredores concentrados, por lo que el ritmo inicial era bastante bajo. Poco a poco, la selección se iba haciendo y comprobaba como comenzaban a adelantarme corredores por izquierda y por derecha. Lo más importante para mi era poder mantener mi ritmo, aunque fuera lento, hasta el final. No te das cuenta del nivel que hay hasta que no compites. Cuando Alberto González – ganador de la prueba – había ya finalizado, yo todavía me encontraba por el kilómetro 2. Todo un mundo de distancia entre los superclases y los rookies.

Según iba quemando metros las sensaciones eran mejor de lo esperado y, sin duda alguna, mejor que en los entrenamientos. Todo ayuda para empujarte hacia adelante: la gente que anima en las calles, el recorrido mismo en el centro histórico y el compadreo con el resto de atletas. Eso sí, hasta que te llega el 'tío del mazo' y te asesta un hachazo. En mi caso, la pájara me sobrevino poco antes de llegar a la iglesia de la Caridad, cuando apenas quedaba un kilómetro para llegar. No quedaba otra que aflojar un poco para llegar en condiciones.

Y al final, lo conseguimos. Puesto 1265 con un tiempo de 35:37. No está mal para ser la primera vez y con sólo quince días de entrenamiento, ya que anteriormente no conseguí llegar a esa marca. Y también conseguí ver que esto engancha, y que no va a ser la última que corra. Todavía no sé exactamente qué tiene esto de las carreras populares, pero sí que es efectivo. Volveré a correr, volveré a caer.

La San Silvestre desde dentro
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