16 de septiembre de 2011, 11:56
Dirigido a don Antonio Turpín Cuadrado, sacerdote franciscano. Cartagena.
Apreciado y distinguido amigo Antonio. Cuando a finales de junio, en un ágape-comida que nos ofreció en una finca, a un numeroso grupo de personas cartageneras, me enteré por ellas, muy disgustadas, de que habías sido trasladado a Albacete, a tu edad yo me indigné. Te escribí dos cartas: una al colegio y otra a tu residencia; ninguna me fue devuelta y ninguna ha llegado a ti…y me dije: “aquí debe haber gato encerrado”.
En aquella citada reunión había muchos señores, que fueron alumnos tuyos. Te ensalzaban y “te elogiaban a lo grande” como persona, como franciscano, como profesor, como sacerdote…por esa gran labor de apostolado entre la juventud y la ciudadanía cartagenera.
Es posible que tu Provincial o superior, azuzado por ese alguien (ellos dijeron nombre y apellidos) te traslada fuera de Cartagena, donde has gastado con ilusión toda tu vida franciscana. Si a mí me hubieran trasladado así, sin pedir mi opinión y en contra de mi deseo, poca labor iba a realizar en tierras albaceteñas y se lo hubiera dicho al autor de tu traslado, el Padre Provincial.
En tu situación, yo iría a ver personalmente al Sr. Obispo de Cartagena, que es acogedor y se le puede hablar claro, y me ofrecería a trabajar en la Diócesis, como en su día hizo un actual párroco de la zona de Cartagena; el Obispo lo acogió y ¡ahí está!
He leído mucho en mi larga vida, y sé que en la Iglesia “ser jefe” (tu Provincial) es ser servidor en lustra Orden; y al mismo Papa, cuando firma sus cartas encíclicas, firma en ellas así: Benedictus XVI, Papa, servus servorum Dei. En fin, querido Antonio, deseaba de corazón como aquellas personas de esa finca famosa, que ese traslado a Albacete no se hubiera llevado a efecto y que te hubieses quedado en Cartagena como pedían y querían los cartageneros, Con mi estima personal, ahí va mi sincero y fraternal abrazo”.
Apreciado y distinguido amigo Antonio. Cuando a finales de junio, en un ágape-comida que nos ofreció en una finca, a un numeroso grupo de personas cartageneras, me enteré por ellas, muy disgustadas, de que habías sido trasladado a Albacete, a tu edad yo me indigné. Te escribí dos cartas: una al colegio y otra a tu residencia; ninguna me fue devuelta y ninguna ha llegado a ti…y me dije: “aquí debe haber gato encerrado”.
En aquella citada reunión había muchos señores, que fueron alumnos tuyos. Te ensalzaban y “te elogiaban a lo grande” como persona, como franciscano, como profesor, como sacerdote…por esa gran labor de apostolado entre la juventud y la ciudadanía cartagenera.
Es posible que tu Provincial o superior, azuzado por ese alguien (ellos dijeron nombre y apellidos) te traslada fuera de Cartagena, donde has gastado con ilusión toda tu vida franciscana. Si a mí me hubieran trasladado así, sin pedir mi opinión y en contra de mi deseo, poca labor iba a realizar en tierras albaceteñas y se lo hubiera dicho al autor de tu traslado, el Padre Provincial.
En tu situación, yo iría a ver personalmente al Sr. Obispo de Cartagena, que es acogedor y se le puede hablar claro, y me ofrecería a trabajar en la Diócesis, como en su día hizo un actual párroco de la zona de Cartagena; el Obispo lo acogió y ¡ahí está!
He leído mucho en mi larga vida, y sé que en la Iglesia “ser jefe” (tu Provincial) es ser servidor en lustra Orden; y al mismo Papa, cuando firma sus cartas encíclicas, firma en ellas así: Benedictus XVI, Papa, servus servorum Dei. En fin, querido Antonio, deseaba de corazón como aquellas personas de esa finca famosa, que ese traslado a Albacete no se hubiera llevado a efecto y que te hubieses quedado en Cartagena como pedían y querían los cartageneros, Con mi estima personal, ahí va mi sincero y fraternal abrazo”.
