MANUEL ÁNGEL
Aquella tarde, con la adrenalina del ascenso en Alcoy metida en el cuerpo Antonio Turpín era el fraile franciscano más feliz del mundo. Era un 25 de mayo de 2009 y estábamos en un atiborrado templo de la Caridad celebrando y rezando por el ascenso logrado veinticuatro horas antes en Alcoy. Y Turpín allí estaba. Esperando a los que luego llamaríamos ‘héroes’.
Su homilía fue genial. Para enmarcar. A Carmona lo puso en los altares aquella tarde pero lo que dijo de Mariano Sánchez transgredió todos los límites porque lo elevó a la categoría de dios. Turpín era así en la iglesia y fuera de ella. Los que tuvimos la suerte de ser su amigo y de estar dentro de su entorno disfrutamos de él, de sus andanzas, de sus caídas. Era inagotable al desaliento. Siempre tenía una palabra buena que te calmaba a la vez que te animaba. Pero eso sí, tenía una máxima: nadie criticaba al Cartagena en su presencia. Era el club de sus amores.
Había jugadores que eran nuevos y que se asustaban cuando le conocían en sus homilías de cada presentación. Igual les decía a los jugadores que metieran más el pie que criticaba a los dirigentes si estos no habían pagado o cumplido con sus obligaciones. Él no tenía pegas
Pero también tenía otros equipos metidos en su corazón además del Real Madrid que solía ver en la cafetería Morata, junto al colegio Franciscanos, la que fue su casa durante casi 40 años hasta que una negligencia de sus superiores franciscanos le obligaron a hacer la maleta y marcharse hasta Albacete. Y todo por aquella campaña mágica promocionando al FC Cartagena que acababa de ascender a la gloria de la Segunda A. Turpín, como tantos y tantos cartageneristas, no se lo creía, colaboró de corazón con aquella causa y bien que lo acabó pagando el pobre.
Eso sí, se convirtió en el franciscano más famoso de España, tanto que su fama llegó hasta el mismísimo Vaticano, me contó un día más como un temor que como otra cosa. Pero Turpín tenía muchos equipos, como el Ciudad Jardín, club de fútbol base cartagenero del que llegó a ser el vicepresidente durante muchos años.
Antonio Turpín ha sido un franciscano atípico y futbolero. Nacido en Ricote él se sentía cartagenero por los cuatro costados porque en la ciudad portuaria fue donde desarrolló toda su carrera, la eclesiástica y la académica porque eso sí, fue un profesor ejemplar. De Lengua Española. Era la perfección personificada. Todo el que pasó por su clase coincide en decir que no hubo otro profesor tan bueno como él.
Cuando las cámaras de Canal Plus acudían para hacerle un reportaje él era feliz. Le encantaba. Después preguntaba qué como lo había hecho pero sabía. Sabía mucho. Una vez le pillaron diciéndole al árbitro de turno unos cuantos tacos ‘y que la Virgen de la Caridad me perdone’, añadía. Pero estaban perjudicando a su Cartagena y eso no lo podía tolerar. Le gustaba bautizar cosas como ‘el 600 blanquinegro’ de su amigo José Antonio, o la casa de Isidoro García, el actual coordinador de las bases del Cartagena. En Ciudad Jardín era un ídolo para los jugadores de aquella época y ese campo debería de acabar llamándose ‘Campo Municipal Antonio Turpín’. Lo merece y le encantaría.
Capellán del FC Cartagena su muerte nos pone muy triste a todos los que estuvimos a su lado. Vivimos con él cientos de anécdotas que quedarán para siempre en el recuerdo colectivo de este franciscano bueno, sabio y blanquinegro hasta la médula. Antonio Turpín siempre vivirá con nosotros. Conocerte y vivir cerca tuya ha sido una suerte Antonio y eso tú lo sabías.
