sábado. 20.04.2024
“Usted me llama por teléfono, yo le llamo después, mañana me vuelve a llamar. Yo le respondo enseguida. Espere que hay unos flecos. Aguarde dos días. Mi palabra vale más que una firma”. Comienza el juego del regateo. Se subasta el jugador y simultáneamente entran tres o cuatro clubes en la puja. Nadie quiere dar pistas.

El jugador (sea Portillo o equis) normalmente asesorado, entra en una dinámica que le permite jugar con la ventaja de la perspectiva del tiempo, siempre a su favor aunque en el caso de Salva Ballesta a éste estuvo de costarle media campaña en el paro, pues esperó demasiado y luego le costó mes y medio ponerse en forma física.

Hasta el 31 de enero se tiene de margen. Firmar con la pluma o el boli un precontrato tiene una penalización, si se incumple.

Pero, ¿y el precontrato verbal? Se vuelve a hablar aquello de una palabra dada vale más que una firma. Según y cómo. Hay decenas de jugadores con “precontratos” de palabra que a las pocas horan lo han olvidado o alegan ignorancia ante una oferta posterior más interesante. No es el caso de Portillo y el Cartagena. Conste. Es una situación diferente en la que sabuesos de las secretarías técnicas han dado por cerrada la intención de contratar a determinados jugadores porque éstos “ya estaban precontratados”. ¿Siguen el hilo?

En el caso de Portillo, era, es y seguirá siendo un futbolista interesante. Estaba “adjudicado” al Cartagena con un precontrato virtual avalado que, en realidad, de poco ha servido porque otras potencias económicas (pongamos el Hércules) han pujado con mucha más fuerza.

EL LÍO DE LOS PRECONTRATOS
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