5 de junio de 2010, 2:00
Hay veces que tengo una pesadilla recurrente: estoy en la facultad, esperando a que cuelguen las notas en el tablón. La ansiedad, los nervios, ese pinzamiento en el estómago que no te deja pensar hacen de mí un ser más trémulo que la gelatina. La gente a mi alrededor no para de efectuar hipótesis sobre los resultados, sobre si todo ha salido bien o mal. Yo me mantengo callado, ahogado en mi propia angustia. Y pasan las horas y las notas no llegan... Una sensación parecida me ocurre con el partido del domingo.
No me cabe duda de que el estadio será una caldera, y volverá a presentar un ambiente espectacular, como de costumbre. El problema viene en que el partido será cuando el fin de semana esté expirando y todavía queda un trecho de tiempo. Soy un manojo de nervios. Y como yo, deduzco, también el resto de la afición. Se da la curiosidad de que es el primer fin de semana de mi vida que deseo que pase rápidamente, cuanto antes llegue la hora del partido, más lo agradecerá mi salud mental. Porque soy incapaz de abrir un libro sin pensar en lo que pasará el domingo, soy incapaz de ver la tele sin despistarme pensando en el equipo, soy incapaz de concentrarme en cualquier otra tarea que no tenga que ver con lo que ocurra en la próxima jornada. El problema es que, cuanto más leo o escucho sobre el partido, mayor es mi ansiedad, mayor es mi estado de nerviosismo.
De momento aquí sigo, esperando a que cuelguen las notas en el tablón. El domingo a las once saldremos de dudas. Mientras tanto, disfrutemos de la placentera sensación de que, al menos, estamos peleando por la gloria.
No me cabe duda de que el estadio será una caldera, y volverá a presentar un ambiente espectacular, como de costumbre. El problema viene en que el partido será cuando el fin de semana esté expirando y todavía queda un trecho de tiempo. Soy un manojo de nervios. Y como yo, deduzco, también el resto de la afición. Se da la curiosidad de que es el primer fin de semana de mi vida que deseo que pase rápidamente, cuanto antes llegue la hora del partido, más lo agradecerá mi salud mental. Porque soy incapaz de abrir un libro sin pensar en lo que pasará el domingo, soy incapaz de ver la tele sin despistarme pensando en el equipo, soy incapaz de concentrarme en cualquier otra tarea que no tenga que ver con lo que ocurra en la próxima jornada. El problema es que, cuanto más leo o escucho sobre el partido, mayor es mi ansiedad, mayor es mi estado de nerviosismo.
De momento aquí sigo, esperando a que cuelguen las notas en el tablón. El domingo a las once saldremos de dudas. Mientras tanto, disfrutemos de la placentera sensación de que, al menos, estamos peleando por la gloria.
