viernes. 19.04.2024
CARLOS SÁNCHEZ/ Periodista

Romanticismo y negocio

Es innegable que el fútbol tiene una mística especial. Posee una enorme capacidad para generar pequeñas y grandes historias, héroes y villanos populares. Es este sentido el que le confiere la condición de expresión social, trascendiendo más allá de la mera manifestación deportiva. Este romanticismo balompédico posee ciertos aspectos que,...
Es innegable que el fútbol tiene una mística especial. Posee una enorme capacidad para generar pequeñas y grandes historias, héroes y villanos populares. Es este sentido el que le confiere la condición de expresión social, trascendiendo más allá de la mera manifestación deportiva. Este romanticismo balompédico posee ciertos aspectos que, poco a poco, y en gran medida favorecidas por la profesionalización del mismo, se están perdiendo. No es recomendable olvidar la perspectiva de que, en una liga profesional, los clubes se mantienen a través del dinero. Unos ingresos mayores permiten dotar a los equipos de un mayor nivel competitivo, necesario para seguir sustentando los sueños de los seguidores. Y hoy en día, el dinero se consigue, principalmente, por los derechos televisivos.

Es en esta parte donde se abre el debate: ¿a quién pertenece el fútbol? ¿a los que pagan el abono en el estadio? ¿a los que viajan con el equipo a todas las salidas? ¿a los que no se pierden un partido desde la tele? ¿a los magnates que poseen los derechos de las retransmisiones y las explotan a su libre albedrío? Como siempre, lo difícil es dejar contento a todo el mundo. Encontrar el equilibrio entre los intereses de las televisiones y de los aficionados es complicado, a la par que una utopía casi imposible de realizar.

Las quejas por los horarios de los partidos van a ser un soniquete sempiterno de aquí en adelante. Lo que no se debería de olvidar nunca es que el fútbol se compone de diversos detalles, que casi alcanzan el nivel de ritual a fuerza de repetirlos domingo tras domingo. Detalles como preparar la camiseta, la bufanda o la bandera, el paseo de camino al estadio, llegar a tu asiento una hora antes y ver todos los preparativos, el calentamiento, y como, poco a poco, la grada se empieza a poblar de gente. O el larguísimo viaje en autocar, cantando con todos los tuyos, recorriéndose media España detrás del equipo. Todas esas pequeñas cosas hacen grande este espectáculo y conviene que las televisiones también tengan en cuenta estos aspectos cuando se fijan los horarios.

Porque el fútbol es de todos. Hasta de los “apuntacarros”.

Romanticismo y negocio
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