jueves. 28.03.2024

El maestro Ibarra: un cartagenero del norte

Ha muerto el maestro Ibarra. Lo siento mucho, esa es la verdad. Con Juan Ignacio de Ibarra, maestro de periodistas, llegó a unirme una estrecha relación profesional de la que me siento orgulloso. A Ibarra lo descubrí siendo yo un crio, escuchando en mi casa del centro de Cartagena Radio Juventud de Murcia, su Ibarraestadio famoso del mediodía dónde, junto a un incipiente y también desaparecido Antonio González Barnés donde hacía el papel de una especie de mozo de espadas, Ibarra no solía dejar títere con cabeza. Desde entonces y hasta hoy ya nunca le perdí de vista.

Vivía en la mismísima Puerta de Orihuela, en un piso donde nada más entrar rezumaba historia,  estba su casa -está- a un tiro de piedra de la vieja Condomina. Porque Ibarra era un libro abierto. Con él coincidí en el diario Línea y muchos años después en La Opinión de Murcia. Era un espectáculo. Amable y cariñoso con los suyos y duro y despiadado con los que, según su criterio, lo merecían. Era murcianista por encima de todo pero al Cartagena y a su afición siempre los trataba bien –con el Murcia estaba por el medio- y muy bien en todo lo demás.

Una noche, en el transcurso de una reunión en el desaparecido restaurante cartagenero Chamonix, en plena Puerta de Murcia, y en presencia de muchos personajes de la ciudad y varios periodistas deportivos, acuñaría aquella frase célebre de “yo soy de los cartageneros del norte…’. Y bien que lo demostró muchas veces defendiendo  a Cartagena y al Cartagena como otros habrían sido incapaces de hacerlo.

Su famoso ‘Ibarraestadio’ tuvo, con el paso del tiempo, una segunda versión. Dejó de ser radiofónica para convertirse en periodística porque Ruiz Vivo, otro de sus baluartes, le fichó para el periódico. Y allí que iba todos los martes por la noche para escribir su ‘Ibarraestadio’ del alma, la mayoría de las veces improvisado y a bote pronto. Porque tenía genio e ingenio para eso y para mucho más. Solía pedirme que me pusiera junto a él para transcribirle su ‘Ibarraestadio’ al Macinton, el ordenador  Appel que no lograba dominar. “Lo mío son las máquinas de escribir, no estas cosas tan modernas”, me dijo muchas veces.

Con él aprendí que lo más hermoso de cada viaje era la vuelta, el regreso. Me dijo muchas veces que disfrutaba cada vez que veía la huerta de Murcia después de cada aventura, tantas veces futbolística, para contar las dichas o desdichas de su Murcia del alma. “Y tú”, me dijo muchas veces “tienes que hacer lo mismo cada vez que veas ese puerto tan hermoso que tenéis”. Y lo aprendí, vaya que sí lo aprendí, tanto que a mis hijos he sabido transmitirles ese pensamiento, que lo mejor que hay de cada viaje siempre está en la belleza de la vuelta para saber contar tus vivencias.

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El maestro Juan Ignacio de Ibarra, en el centro con camisa violeta, rodeado de amigos en su último gran homenaje en el camping de Fortuna

La última imagen que tengo de él es en el homenaje que un grupo de grandes amigos le tributaron en el camping Lafuente de Fortuna, propiedad de otro entrañable amigo como José Luis Belda. Para entonces ya estaba en silla de ruedas después de amputarle las piernas por culpa de la maldita diabetes. Ese día disfrutó como un niño, que al fin y al cabo es lo que más le gustaba ser.

Ibarra escribía como los ángeles. Leer cada crónica suya en la Hoja del Lunes de Murcia, en el diario Línea o en los últimos años en La Verdad,  era todo un canto a la imaginación, a la ilustración, a la belleza. Cuando el Maestro estaba inspirado daba gusto leerle o escucharle con esa voz cazallera pero siempre libre e independiente, que retumbó durante mucho tiempo en muchos hogares de la Región, fuese en Puerto Lumbreras, en Yecla, en Torre Pacheco o en Mazarrón porque él se consideraba un poco de cada parte, un mucho de Cartagena y un todo de Murcia, dónde llegó a ser coetáneo de otros dos ilustres e inolvidables maestros como Manolo Carles –con el que viajaba en el mismo coche la noche del aciago accidente que le costaría la vida a Carles- y Antonio Montesinos, sin olvidar a otro grande del periodismo deportivo murciano como Antonio Auñón.

La Región, futbolísticamente hablando, está de luto. Se ha ido un ‘grande’ de los de verdad, con sus virtudes y sus defectos, pero un genio. Lo mínimo que puedo decir es proclamar mi orgullo por haberte conocido, por haberte apreciado y por haber tenido la suerte de aprender muchas cosas de este oficio trabajando junto a él.

El maestro Ibarra: un cartagenero del norte
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