Se nos fue. Sí, pero nos queda y nos quedará su cartagenerismo tremendo y sin una fisura, su amor de siempre y en primera línea al FC, su espíritu californio de pasión por la procesión con su corazón siempre con color doblemente encarnado, su sonrisa larga y entrañable, su bondad, su hablar convincente, su competencia profesional, su voluntad de trabajo, su constancia. Su liderazgo.
Hay una lista interminable para definirlo. O para intentarlo.
Lo que más admiraba de él fue su cartagenerismo, sólido, eterno, sin exageraciones externas, sino continuamente pegado al corazón.
Admiro a todos los cartageneros –pero los admiro de verdad hasta el tuétano- que son y hacen lo que hizo durante muchos años Luis Ruipérez. Miento: no los admiro, me emocionan hasta las lágrimas. Son los que se quedan en Cartagena a vivir toda la vida, cosa que nunca pude hacer. Y cuánto lo he echado y lo echo de menos.
Y ellos son los que la sostienen y la prestigian y la cuidan para que los de allí y los que vamos de fuera, menos de lo que quisiéramos, la podamos disfrutar.
O sea, se sacrifican por nosotros, los demás. O no, porque también disfrutan. Y se quedan en una tierra en la que tantos dejan y llenan España con su biografía y sus éxitos porque Cartagena será la ciudad –o entre las primeras- que más personajes importantes tiene desperdigados por el mundo.
Pero a mí los que me gustan son los que se quedan. A los que quiero más.
Hay una frase genial de mi hermano Julián :
- Cartagena es la única ciudad del mundo cuyas calles y edificios me acarician.
Pues para mí es también la única cuyos profesionales paisanos cartageneros que trabajan cada día en ella me producen profunda emoción y mucha ternura y tremendo agradecimiento. Son mis héroes. Cuidan y multiplican lo que quiero tanto.
Y Ruipérez era un líder, en la calle, en el despacho, en su cofradía encarnada, en el Cartagonova.
Daba igual. Donde estuviera. Un icono siempre para admirar.
Y en su profesión, numero uno.
Y nuestro FC, número uno.
Y en la Flagelación, número uno. Procesionista apasionado y completo. Y con su Miércoles Santo del alma. Y además dando suerte con premios grandes de la Lotería de la Agrupación.
Y en los bares desperdigando alegría verdadera y sonrisas interminables y muy acogedoras.
Amaba tanto el deporte que un día de la final de la Copa Davis, que ganó España, lo encontré y nos pusimos muy contentos los dos por este encuentro inesperado. En Sevilla. Estaba con mi cuñado Juan Antonio, de estancia corta en su ciudad del alma, y los presenté y los dos eran abogados de éxito. El uno en Cartagena y el otro en Barcelona. ¡Vaya mediodía entero tan agradable, y con cuánta conversación y yo aprendiendo tanto. Y, claro, hablando de Cartagena, que siempre era nuestro gran tema.
Hablaba con él sobre todo del estado y futuro de la ciudad, de fútbol y de procesiones. Cuántas cosas nuestras quería y cómo.
Por eso, le adjudico el Balón de Oro por sus desvelos y cariño entrañable a los del FC y a su afición.
Y un Hachote de Oro por todo el tiempo invertido en la Cofradia de la calle del Aire.
Y, por supuesto, Cartagenero de Oro. Siempre y por siempre.
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