viernes. 26.04.2024
 La historia de barrigaverdes y aladroques, el típico grito condominero de “Cartagena pueblo, Murcia capital” se entiende como también se puede entender el de “Puta Murcia, oé” o el canto del Himno del Barça adaptada su letra a un ataque al club vecino que tanto molestaba a José Luis Morga escucharlo en el palco del estadio cartagenero. Desde  entonces creo que Morga Baleriola no ha pisado el palco del coliseo ícue. No soportaba esa impertinencia.

Es la salsa del fútbol. La rivalidad bien entendida permite regocijarse en la barra de bar (delante de un asiático o de un belmonte)  de los males ajenos en una escala que tendría que ser insignificante pero que lamentablemente trasciende y rebasa la normalidad. Porque se pierden hasta las amistades. Hasta ahí hemos llegado. Hasta ahí podía llegar yo, que de crío he aplaudido a Enrique Collar, Sará, el camoto Mangui, Marsal, Bazaco, Ferrándiz, Mena, Insa, Peiró y Gallardo en la vieja Condomina, entonces no tan vieja en los años 54 y 55 en una Segunda Grupo Sur con el At. Tetuán, España de Tánger, Balona Linense, Xerez. Simultáneamente, claro está, también aplaudía en El Almarjal a Yagüe, Cabañas, Jover, Antoñito Mugica, Tito… con la albinegra puesta. Yo, claro, era mucho más del Cartagena y un poquito del Murcia. Iba siempre al Almarjal y bastante a La Condomina, y de paso a masticar las pastillas cafeconleche de Alonso y, si se podía, darle unos mordiscos a un pastel de carne murciano.

Uno va teniendo una edad y está curado de espantos. En este juego ya he visto lo que no está en los escritos. Y no es petulancia. 

El fútbol, entendido que como relación con compañeros de prensa y radio, me ha llevado a bastantes decepciones que duelen fuera del ámbito para la empresa del diario La Verdad en la que he trabajado con nómina 36 años y he disfrutado aprendiendo de maestros irrepetibles y admirados como Manuel Carles y Antonio Montesinos.   He comprobado que gente considerada amiga en realidad  no lo era y que por cochinos  intereses personales han convertido la amistad en enemistad. Y yo no quiero historias repetidas. Lo pasado pasado está y cada cual con sus conciencias y sus comportamientos.

La exagerada válvula de escape que para muchos es el fútbol conduce a unas conductas insospechadas y hasta grotescas y ridículas cuando nos arrolla la pasión y nos convertimos en forofos. Uno de los pecados más frecuentes del informador que pretenda ser objetivo en sus apreciaciones y conductas es que nos dejamos arrastrar por el forofismo y la pasión. En este estado hay grados y grados.

¿Es mala la pasión? Ni mala ni buena, es un vehículo que te transporta a que personas muy dignas y normales  en su quehacer cotidiano, encantadoras si cabe en casi todas las facetas de la vida, se transformen en la grada y fuera de la grada hasta dejar alucinados a quienes observan sus conductas en un estadio de fútbol o en una manifestación  callejera con origen a la problemática futbolera doméstica. Pero a este deporte negocio para unos cuantos avispados y ruinoso para la mayoría  no le podemos quitar ese encanto de la discusión siempre que la sangre no llegue al río. Admito que todo ocurra así y yo no voy a ser más papista que el Papa. Pero hay que modular las reacciones y, si se puede contenerse, o  estamos perdidos.

Todas estas situaciones las comprendo y en parte las admito. Yo, ni nadie, va a cambiar el curso del río de los comportamientos en un fútbol que domina en el mundo. Pero si en el escenario de esas diatribas y guerras nos podemos ahorrar disgustos  perniciosos para la salud, será mucho mejor. Aunque el fútbol dominan los sentimientos y no se puede jugar con ellos desde comportamientos caciquiles de los que mandan. Sea Paco Gómez en tiempo pasado o Jesús Samper en el actual en escenarios diferentes.


Ha bajado el Real Murcia, ¿y qué? ¿Se acaba el mundo? Rotundamente no. Desde la otra parte de la Cadena tendrán que unirse mucho más para resolver el gravísimo problema ajeno a sus propios aficionados y con un culpable indiscutible en la pésima gestión de Samper en el centro de una historia rocambolesca y casi diabólica donde las haya que ha subido las temperaturas hasta colocar a su afición con fiebre de 40º.  En Cartagena también las hemos pasado canutas hasta ser comparados y con mucha razón con El Pupas. 

Cambian los tiempos y el papá Ayuntamiento o el abuelo Estado de las autonomías  (con sus ERES andaluces y sus tramas Gurtel) ya no pueden desviar alegremente atenciones económicas al club de los amores (en cualquier ciudad) cundo los comedores de Cáritas o del Buen Samaritano están atestados de personas necesitadas para tapar el hambre generada por injusticias sociales.

Confieso que yo no puedo ver llorar a los niños en cualquier situación. Mucho menos en el fútbol. Desde que Javier Tebas bajó el pulgar el 31 de julio y se condenó al Murcia por los pecados de Samper (jugando con descaro al escondite) están llorando las criaturas del Murcia (y sus padres) como en la noche del 'Cordobazo' lloraron, y no entendían lo que pasaba, los niños de Cartagena. Un 'Cordobazo' que tanto marcó creo que exagerada e injustamente a Florentino Manzano.

Pienso que ya está bien que entre vecinos nos tiremos  los trastos a la cabeza más allá de lo permisible que manda la tradición por los agravios comparativos Murcia-Cartagena. No entraremos en el sexo de los ángeles. Conservemos las amistades, mantengamos una sana y necesaria rivalidad sin plegarnos a la indignidad y sin llevarla a extremos.

Todo esto es lo que quería explicar con sinceridad y desde una pretendida moderación por encima del corsé de los 140 caracteres del tuiter a algunos amigos de los medios de comunicación de Murcia. Amigos para siempre como dice la canción. Como periodista decano y componente de Sportcartagena.

El día que bajó el vecino Real Murcia
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