3 de junio de 2013, 1:11
El público metió el hombro como en las mejores tardes y confió hasta el final, pero vio la incapacidad ofensiva para poder batir el marco astur. Observó la precipitación en el juego, la aparición de los nervios de un equipo desestabilizado desde la presidencia, por sus decisiones (echar a Pacheta y ordenar un relevo de dudoso resultado, no por la buena predisposición de Campos, que tiene sus valores) y no pudo contenerse hasta arremeter verbalmente contra Paco Gómez, el dueño, autor de tantos despropósitos.
Salieron a la superficie los clásicos pañuelos blancos de protesta, pero por encima de ellos la expresión de palabra, a coro, en contra de una política dictatorial del que es accionista mayoritario y hace y deshace lo que le place, por encima de colaboradores y consejeros.
Fue una mala jornada, no cabe duda. Pasa a la historia de las decepciones.
