martes. 21.05.2024
Jornada 09 (15 de junio)

La mañana en Dalajarana amanece con muchas nubes y no está claro el plan de vuelo. Lo primero es ir a repostar el combustible para los aviones, y allí nos encontramos otra vez con el reportero local, que nos acompaña después al campo de vuelo. 

Como estamos esperando a que el tiempo mejore, según las previsiones, le ofrecemos un vuelo de prueba a tan tenaz periodista, pero declina la invitación y ofrece como conejillo de indias a su hija, así que se preparan los aviones y en uno va de invitada la alevína de reportera y en otro Mateo, que además de conducir horas y horas, repara cualquier elemento mecánico que se le ponga por delante y no ha subido nunca a un autogiro. 

Todos disfrutan del vuelo sobre los bosques de alrededor y el tiempo efectivamente va mejorando, con lo que, tras el aterrizaje de los bautizados, se preparan los aviones para dar unos cuantos saltos. No obstante, como la cadena de nubes no va a permitir volar hacia el norte y superar las montañas que tenemos enfrente, Ferrán decide volar hacia el este, llegar al mar y por la costa poder pasar por debajo los cúmulos que ha ido formando un frente frío.
 
Lo cierto es que el vuelo resulta muy complicado para ir encontrando pasos entre las nubes, buscando siempre el lugar más bajo de los valles con tal de tener una visibilidad aceptable. 

Complicadísimo, pero se logró llegar al campo de Hudiksvalls, una pequeña ciudad de costa con ciertos tintes turísticos. Para empezar, el campo tiene unas instalaciones importantes porque hay una fábrica o un taller de mantenimiento de helicópteros, pero a la hora en que llegamos, las 16,00 estaba totalmente… desierto. Como si la famosa bomba de neutrones hubiera llegado allí. Las puertas de los edificios abiertas, coches con las llaves puestas, pero persona, ninguna. 

Cuando llegaron los coches, dos horas después, allí están los pilotos solos en un aeropuerto fantasma. Todos juntos, tras tapar con sus fundas los autogiros, fuimos al pueblo y después encontrar un hotel y cenar en un típico restaurante americano (con gran satisfacción de Julián que es el dueño de un Foster Hollywood en Valdemoro y siempre busca mejorar la competencia), parte del equipo se fue a conocer el Hudiskvalls la nuit. ¿La nuit? Aquí no hay noche, siempre es de día. Lo más que ocurre es que sobre las doce de la noche oscurece un poco, como de tormenta, para empezar a amanecer a la una de la madrugada. Así que aquí, en verano la vida nocturna no existe, solamente desciende el ya escaso número de personas por la calle a determinadas horas. 

Después, a dormir, cerrando todas las cortinas (¡no hay persianas!), para continuar nuestra ruta la mañana siguiente.

Jornada 10 (16 de junio)

Por la mañana temprano y después de un desayuno lo más opíparo que podamos (nunca sabemos cuándo podremos comer), repostamos y volvemos al aeródromo fantasma en el que, por arte de magia, está lleno de actividad. Nos reciben muy amablemente y nos aseguran que ayer hicimos lo que debíamos, cosa de la que no estábamos muy seguros. 

El plan previsto es seguir al borde del mar para evitar pasar montañas que retengan cadenas de nubes, así que damos rumbo al norte con destino final en una población llamada Pitea, ya en el círculo polar ártico.

En el campo de Pitea nos recibe un encargado encantador, llamado Michael, que nos acoge como a sus mejores amigos. De hecho nos lleva en su coche a encontrarnos con los coches de apoyo a un cruce a más de 15 kms.,  porque es relativamente difícil encontrar el campo de vuelo, escondido entre bosques y ríos, nos obliga a quedarnos a dormir en el edificio que tienen como sede del campo, nos lleva a cenar a una pizzería de su propiedad en el pueblo y solo acepta que paguemos cuando todos presionamos con marcharnos, y después nos acompaña de nuevo al campo de vuelo, junto con una pareja de amigos suyos que han venido de Alemania en un avión ultraligero precioso.

Así las cosas y ya pasadas las 23,00, como es totalmente de día, decidimos salir a volar. Los autogiros no pueden volar de noche, pero aquí no es de noche y a todos nos apetece hacer un vuelo a las 00,00 horas sin incumplir las normas… Dicho y hecho. Ponemos en marcha los autogiros y volamos en un aparato Julián y Curro, que todavía no había probado el aparato y había que aprovechar que tenía poca gasolina, para compensar sus 110 kilos y acoplar sus casi dos metros, y en otro Juan Carlos y Mateo.

Un placer sobrevolar ríos y bosques que parecen no tener fin a poquísimos metros de altura… Después todo el mundo voló en los autogiros, en el ULM de los alemanes hasta que pasadas la 01,30, ya amaneciendo sin haber anochecido, nos organizamos en sacos y aislantes en el salón que nos han dejado para  dormir. Una experiencia que solo se puede tener en latitudes de más de 65º N.

Jornada 11 (17 de junio)

Amanece con buen tiempo y tras recoger todos los pertrechos del salón del campo de Pitea partimos, los aviones por un lado y los coches por otro, hacia primero el campo de Gällivare, último aeródromo no comercial y, desde allí haciendo el plan de vuelo correspondiente al aeropuerto internacional de Kiruna, que pese a ser internacional no tiene prácticamente movimiento en el tiempo que estamos allí. 

Kiruna va a ser nuestro último salto en autogiro, porque Cabo Norte, nuestro destino final, a pocos kilómetros de aquí, está en Noruega y las leyes de este país no permiten vuelos de ultraligeros extranjeros sin unas autorizaciones especiales que, en este momento, no se han dignado a concedernos. 

Son los problemas de la falta de unidad en la legislación aérea de ultraligeros, en el que cada país decide lo que considera oportuno en cada momento, para la regulación de sus vuelos. Ha sido un poco frustrante, pero el objetivo de ser el primer vuelo español en autogiro al círculo polar ártico está cumplido, y sin duda, el equipo iremos en los coches a dejar nuestra metopa al punto más septentrional de Europa, pese a habernos tenido que quedar a un saltito de vuelo por culpa de las veleidades legales.

En el aeropuerto de Kiruna, el único encargado al mando de todo nos trata con suma amabilidad, nos permite desmontar los rotores de los autogiros y montados ya en los remolques que deben llevarlos de vuelta a casa, guardarlos en un lugar protegido mientras nosotros seguiremos en coche hasta Cabo Norte.

Crónica de la expedición en autogiro a Cabo Norte
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