viernes. 26.04.2024

MANUEL ÁNGEL

Conocí al ‘mister’, como le llamábamos los que fuimos sus discípulos, en los primeros años de la década de los setenta, en mi etapa de jugador juvenil blanquinegro. Había dos nombres por encima de todo, Pedro Antonio Lirón para el infantil y Paquirri para el juvenil porque entonces sólo habían dos categorías, la infantil y la juvenil y luego ya estaba el primer equipo, aquel que dirigía Felipe Mesones y que hacía las delicias en el desaparecido Almarjal.

Paquirri siempre estaba ahí. Cuando se despedía a un entrenador (como Luis Bello) ahí estaba el mister para afrontar aquella triste promoción ante Osasuna y el autogol del ya fallecido Fiol del que tanto se habló. Cuando había que sacar las castañas del fuego del descenso en Segunda A (El Mirador de Algeciras, temporada 82/83) ahí estaba él para hacerse cargo del equipo. Nunca llegó a tener el carnet nacional pero daba igual. No le hacía falta. Sabía más que todos los carnets juntos y porque, claro, eran otros tiempos. Era el Luis Molowny del Cartagena, lo que después se daría en llamar 'un hombre de club'.

Nació un 22 de abril de 1932, antes de la guerra y fue fruto de aquella cosecha de un Naval juvenil histórico con los pedrín, Ñoño, Peñalver, Telechía, Angelín, Albaladejo, Daniel, Juanito Sánchez, Barboya, el propio Paquirri y Mascaró. Creció y se hizo grande en el fútbol cartagenero con aquella tarde ante el Eldense en el que los blanquinegros ganaron por 5-0 con tres tantos del futbolista que nunca quiso abandonar Butano SA, la empresa que de verdad le dio de comer a él y a sus cinco hijos, algunos de ellos amigos míos desde hace muchos años.

No sólo jugó en el Cartagena porque se marchó al Lorca, con aquellas carreteras de entonces, durante dos temporadas. Y de ahí al Almoradí y al Cacereño, equipo en el que colgaría las botas con sólo 28 años. Fue entonces cuando decidió apostar por enseñar desde el banquillo y empezó por el Cartagena juvenil –allí le conocí- pero también dirigió al Torrevieja, La Unión, , Pinatar, Horadada y, finalmente, acabaría dirigiendo al Naval en Tercera División en la 85-86.

Pero Paquirri fue, sobre todo, un hombre bueno. Tremendamente bueno. Los que estuvimos bajo su mandato nunca le olvidaremos. Este miércoles vi en el Tanatorio a Sebastián Acosta ‘Morote’, uno de los grandes futbolistas cartageneros que estuvo a su cargo. También desfilaron por el Estavesa Edu Armada, su preparador físico en varias etapas, que acudió junto a Víctor Fernández, todo un detalle del actual técnico cartagenerista reconociendo así quien fue en vida Francisco Navarro, entregado en cuerpo y alma al Cartagena hasta que las fuerzas le empezaron a fallar.

Jugador técnico, buen dominador del balón con ambas piernas y de fácil regate, fue un adelantado del fútbol de conjunto en una época en la que el aficionado quizás valoraba más el individualismo que otras cuestiones como el fútbol de apoyo. Hoy se nos ha ido para siempre porque, me cuentan en su familia, no pudo resistir la ausencia de Lucía, su esposa, su mujer de toda la vida que en octubre pasado se adelantó a ese largo viaje hacia las estrellas. Paco, el mister, mi mister con el que me encantaba hablar a pesar de su sordera, no lo aguantó más y se nos fue.

Pero quiero decir, antes de que sea tarde, que de él aprendí muchas cosas. Del fútbol y de la vida, del respeto, de su porte caballeresco, de la educación y de la amistad. Y de fútbol, vaya que sí. Porque en eso sí que era un grande. Un maestro con el que había que quitarse el sombrero. Mister, nunca le olvidaré.

Paquirri: empieza la leyenda
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