lunes. 29.04.2024

Cuando todo tiene un límite

Cuando el entrenador del FC Cartagena, Julián Calero, decía en la rueda de prensa posterior al partido contra el Racing de Santander que el jugador que no estuviera fastidiado era poco menos que un cobarde, llevaba razón. Y la llevaba, claro que sí, pero con condicionantes.

Me explico.

Cobarde en el aspecto deportivo; cobarde por el hecho de sentirse dolido tras ver cómo el equipo volvía a ‘palmarla’ ante su público; cobarde porque ese jugador se marcharía a casa sin ganas de hablar con nadie, sin ganas de cenar, sin ganas de acostarse a descansar, sin ganas de dormir y sin ganas de que llegara un nuevo día porque durante toda la noche no pararía de darle vueltas a la cabeza viendo como su equipo seguía siendo el peor de Segunda División.

¿Cobarde? Pues claro. Y fastidiado, muy fastidiado. Demasiado. Pero de ahí a lo que pasó casi hora y media más tarde de terminar el partido en las puertas de la oficina del club, va un abismo.

Yo, González Paredes, el que escribe este artículo, he sido una de las personas más críticas con respecto a la planificación que se ha hecho esta temporada con el equipo. Me podrá gustar más o menos; estaré de acuerdo con los fichajes; criticaré la mala confección de la plantilla; haré crónicas que puedan estar mejor o peor… yo que sé. Y mil cosas más que se me pasan por la cabeza.

Pero lo que nunca haré; nunca jamás, será quedarme en la puerta de un campo de fútbol para faltar al respeto, para insultar, para ‘soltar’ improperios, para gritar y para chillar a unas personas (Belmonte y Breis) que hace unos años parecían ‘dioses’ y que hoy parecen los malos de la película.

A mí me enseñaron respeto, educación y, sobre todo, el saber estar en cada momento; tanto si vienen duras como maduras. Pero lo que sí critico y lo que de verdad me da vergüenza ajena es lo que pasó el sábado por la noche en la puerta del Cartagonova cuando terminó el partido contra el Racing. No eran más de una decena de energúmenos los que tuvieron los santos cojo... de esperar a los dirigentes del club con la única intención de insultarles. Estarían cabreados, enfadados, mosqueados e, incluso, aburridos.

Pero esos personajes ni representan a la afición, ni a la ciudad, ni a los miles de seguidores de la entidad. Si hay que criticar y mostrar el desacuerdo con la gestión de la directiva, se hace. Pues claro que se hace. Sacando pañuelos durante un partido; pitando al equipo después de una mala actuación; mostrando su desacuerdo tras una derrota, etcétera, pero nunca, nunca jamás esperando en la calle a unas personas para ‘cascarles’ insultos asquerosos y denigrantes.

Esos sí que son unos cobardes. Y esos son los que no se merecen ser llamados, o catalogados como aficionados del FC Cartagena, porque ni me representan a mí ni a los miles de seguidores de este bendito club.

Y si en el próximo partido en casa el equipo vuelve a perder, que se larguen del Cartagonova y se den una vuelta por el Puerto, por la Calle Mayor o por donde les salga del alma, pero que no sean tan barriobajeros como para faltarle el respeto a nadie, porque parece que se nos olvida que esto es fútbol, que esto es un juego; un deporte en el que puedes ganar o perder, pero en el que la educación está por encima de todo.

Y aquel que no piense lo mismo que se ponga la tele y que vea como los que de verdad están sufriendo viven por Israel, por Palestina, por Ucrania, por Rusia o por donde hay gente que mañana no sabe si se va a levantar de la cama.

Y dicho esto, salud y suerte para todos (sobre todo para el FC Cartagena).

Cuando todo tiene un límite
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